Las residencias de mayores todavía plantean un debate social o al menos un debate en las familias que se enfrentan a la disyuntiva de internar a sus mayores en instituciones públicas o privadas o, por otro lado, hacerse cargo de su cuidado en el hogar familiar al que han pertenecido a lo largo de sus vidas.
Por un lado, los familiares se sienten “culpables” de dejar el cuidado de sus mayores en manos de profesionales, a fin de cuentas no dejan de ser desconocides que no se implicarán afectivamente como lo pudiera hacer los descendientes de estxs. Por otro lado el ritmo de vida y la falta de medios materiales (cama articulada, grúa, accesos, adecuación de las estancias... ), humanos (una sola persona no puede realizar ciertos cuidados) y atención sanitaria cualificada (básicamente la labor de ATS y médico) plantea una duda más que razonable ya que no queda otra que elegir entre bienestar afectivo y físico.
Podemos encontrar situaciones que satisfacen de forma completa el cuidado físico y de forma bastante aceptable el cuidado afectivo. Son aquellas situaciones en la que la institución en la que son internados e internadas son lo bastante cercanas como para poder realizar visitas diarias en horario de mañana y tarde, y en las que estas visitas se hacen efectivas con lo que además se crea un vínculo entre mayores, familiares y los trabajadores. Sin embargo, esto no siempre es posible ya que es difícil encontrar residencias de mayores en poblaciones pequeñas o, si las hay, son del ente privado con lo que la familia está supeditada a un problema económico al que no pueden hacer frente debido a que los ingresos del mayor suelen ser bastante más bajos que el coste de su estancia. Esta situación también puede acontecer en las ciudades, por la falta de plazas en entidades públicas las cuales no están supeditadas a la productividad de las instituciones sino a una labor asistencial imprescindible al igual que un centro de salud o un hospital.
Aún así, es decir, en el mejor de los supuestos, a veces los y las familiares se enfrentan a la duda acentuada muchas veces (la mayoría) a el rechazo de nuestros mayores a ser internados/as, sintiéndose abandonados por aquellos/as a los que ellos/as han dedicado su vida, aquellos/as que han sido su razón de vivir, de trabajar, dedicación en cuerpo y alma, abandonados por sus hijos... ¿es para tener dudas razonables o no?
Es inevitable tomar una decisión, una de las más duras de la vida, pero que cada vez, con más frecuencia, es la del internamiento en familias de perfil económico medio o bajo debido a cambios de hábitos sociales como son ocupar puestos de trabajo por parte de todos (los que lo consiguen) los miembros de la familia que pueden acceder. Trabajos a las que accedemos aunque estén lejos, ya que nos desplazamos en coche o medios de transporte públicos y en muchas ocasiones permanecemos a lo largo de toda la jornada aunque esté partida en mañana y tarde, incluso algunos trabajos en los que debemos pernoctar (viajantes, taxistas, camioneros/as, operarios/as de carretera, etc...).
Lamentablemente algunas residencias de mayores se están convirtiendo cada vez más en fríos pasillos llenos de personas (cuantos más mejor) que suponen un ingreso mensual considerable a cambio de un cuidado poco humano. Para hacerlas cada vez más rentables, suelen ahorrar en recursos humanos con lo que los cuidados se reducen a los imprescindibles y la falta de afecto se ha normalizado.
Por todo lo anteriormente expuesto, en mi opinión, toma especial relevancia el desarrollo de centros residenciales de mayores con carácter asistencial (público), anteponiéndose al carácter productivo que ofrecen las residencias de mayores privadas en las cuales, lógicamente y a pesar del rol social que se les supone, prevalece la misma idea de cualquier negocio, aumentar las ganancias y expandirse.